El bailarín necesita un espejo. Pasamos muchas horas mirándonos en él, pero… ¿qué es lo que realmente vemos? ¿Por qué lo necesitamos? El espejo no siempre nos alimenta el ego. Empieza a convertirse en una cárcel, en el momento que la danza se impone en el cuerpo del bailarín que busca una imagen exacta, un movimiento preciso que debemos proyectar y que nos esclaviza. El espejo nos critica, nos condiciona, pero también nos ayuda a aprender una manera de ver y mirar nuestros gestos y los del otro. Fijarse en formas, líneas de movimiento, direcciones, posiciones...hasta incluso buscar una imagen que se vuelve sonora; el zapateo. Imagen plástica de un sonido, un movimiento de pies que percuten contra el suelo, con un gesto concreto, que el espejo nos muestra y que de nuevo nos condiciona, ya que nos llevará a un sonido u otro...
Alumnas de la escuela de María Mata
El reflejo nos hará ver con los ojos aquel movimiento que nuestro cuerpo no siente. Entonces, ¿significa esto que el espejo sustituye la falta sensaciones físicas? ¿y las emocionales? Probablemente, ver nuestra imagen, nos ayude a aprender los movimientos que llevan a la belleza estética, pero seguramente, sólo con esas formas externas y precisas, no se consiga el poder de transmisión que la mirada hacia el interior conlleva y que conmueve. Forma y fondo, palabras que se dan la mano y que a veces se separan. Ahí reside realmente la dificultad en la relación del bailarín con el espejo, una relación que se impone a ser sana, y que no siempre llega a serlo.
Expresión y forma.
Uno frente a sí mismo.
Rosa de las Heras